La moda: un nuevo amanecer para el arte.
No es algo fácil de comprender;
la moda para muchos, es una simple estrategia de mercadeo para aumentar las
arcas de multimillonarios industriales que lanzan al mundo artículos
innecesarios y visten a las personas con atavíos exóticos, costosos y que sólo
representan la superficialidad humana. Pero detrás de las pasarelas, las bellas
modelos y los artículos costosos, existe un fenómeno social: imágenes que
reflejan las ideas y pensamientos que, a través del tiempo, las culturas han
plasmado en la historia y que discretamente, han permitido mantener al arte
cerca de cada uno de los seres humanos.
Hay una estrecha conexión entre
la moda y los movimientos artísticos y por ende, una fantástica verdad tras
bambalinas. El arte ha representado la historia desde innumerables
perspectivas, sus luces y oscuridades, las emociones que surgieron por la
atrocidad de la humanidad, pero también que emanaron de emotivos sucesos que
revolucionaron la historia. Sus más excelsas muestras han inspirado desde los
pomposos trajes del siglo XVII y XVIII y los sombríos atavíos de los
victorianos, hasta las coloridas y brillantes vestiduras de nuestros tiempos.
Desde la inocente túnica griega hasta los diminutos y realmente estupendos bikinis,
han sido tocados por el pincel y la filosofía que detrás de las pinturas,
cinceles y violines, identifica a las generaciones, especialmente a partir del
siglo XX.
Es el Art Nouveau el que rompió al fin las cadenas del academismo clásico
que tanto mantuvo en las aulas al grito del arte, traducido ahora en algunas revistas
como el grito de la moda. Ni el barroco
ni el rococó habían podido estamparse
de forma abierta en las telas, pero la naturalidad y frescura informal y
claramente innovadora del Art Nouveau,
impuso su autenticidad cuestionando todo aquello que afectara el cuerpo físico,
como corsés, vestidos y atavíos muy estructurados. La inspiración en la
naturaleza, en la expresión fresca e innovadora de su vanguardia, permitió al Art Nouveau darle sentido y aire nuevos
al diseño de muebles, a la publicidad, a los medios de comunicación, a la
arquitectura y por ende, a la moda; nacimiento de una maravillosa libertad que
impuso en su propio ejercicio criticando las figuras disciplinadas que definitivamente
alejaban la figura humana, especialmente la femenina, de la realidad.
El siglo XIX es el pilar de esta
rebeldía y París, la ciudad de luces y cuna de diseñadores de modas que al fin
se reconocían como artistas y exponentes de ideas y expresiones, la pasarela.
En la mágica ciudad desfilaban provocativos vestidos que opacaron los
tradicionales y aburridos, e iluminaron los cafés de Champs Elysées a pesar de
los ruborizados rostros que Poiret y Klimpt seguro mostraron tras algunos
escándalos. Había nacido al fin la estrecha relación que antes censuraban
conservadores académicos entre la moda y el arte.
Es fácil observar cómo las
décadas siguientes aprovecharon el valor del Art Nouveau especialmente al inicio del siglo XX, en donde las
exóticas pinturas de Picasso atravesaron la mente de miles de personas, de la
sociedad y de los nuevos aires de expresión. El arte al fin inspiraba el diseño
moderno en todos sus aludes, llegando al fin a trazar principios, filosofías,
vanguardias también en la ropa para exponer el cuerpo y resaltar su belleza.
Poco a poco se renunció a los volúmenes, a las exageradas capas que ocultaban
el cuerpo; transparencias, tejidos planos y de caída libre, colores y formas
que exaltan la silueta, empezaron a adornar sofisticadas mujeres que al fin
desnudaban un poco su naturaleza y mostraron al mundo que todo el vapor y
protuberancia de la Belle Époque, no
era fiel a la nuda vida, a la belleza humana. Coco Chanel hacía de las suyas
inspirada en la fuerza con la que el cubismo lideró la estética del siglo, y
que sirvió de abono a la visión del futuro que el Art Deco traspuso también en la moda, volviendo la sobriedad del
metal, las piedras preciosas y pieles exóticas, el lujo de los nuevos vestidos.
Funcional, curiosamente moderno y osado, el diseño de moda cruzaba los campos
de la postguerra en zapatos elegantes, con carteras, bolsos, accesorios y joyas
que acompañaron esa nueva tendencia de crear ropa cómoda, confortable y sin
duda, maravillosa. Las revistas se ilustraron con vanguardias artísticas para
enmarcar mujeres distinguidas, algo lánguidas y que con sus cortes eton crop, sugerían misticismo y el
exótico sabor de ser perlas preciosas en el fondo del océano.
El surrealismo de la mano de
Schiaparelli, agregó fantasía a la realidad que cubría la piel, mientras diseñaba sus prendas mientras un
cocktail con Dalí y el excéntrico Cocteau, inspiraba algo de insensatez en sus
telas. La locura hacía parte también de los ropajes, y sin embargo, ese sentido
estético intachable que impuso lo deforme, lo inimaginable y lo mágico, fue un
delicioso Eureka. Sombreros y zapatos
que solo se distinguían por el uso dado, recordaban el derretido reloj que
parece un paisaje del país de las maravillas, y a pesar de su corta y poco
vista visita a la década de los 30, son hoy musas del fenómeno Gaultier.
Después de los cincuenta, el
mundo se volcó en los cambios drásticos y radicales que la historia escribía,
mientras el olvido por la imagen de Marilyn Monroe y el inicio de la trágica
familia Kennedy no desvanecían tan fácil, pues la televisión hizo que el mundo
entero reviviera sus vidas en fotografías y videos. La comunicación se masificó
al fin con el advenimiento de la globalización de la mágica cajita, y nacía el
padre de la economía contemporánea: consumismo. La producción en serie llevó a
todos los rincones del mundo el poder del deseo y con él, el poder del arte.
Warhol y su lata de tomates
desbordó lo cotidiano hasta el punto de hacer algo cotidiano en algo anormal, y
para muchos, en arte. Los museos se llenaron de imágenes que se veían en la
cocina tan normales, pero que, en manos técnicas e inspiradas, rebasaron las cifras
en los cheques de los coleccionistas. Multitudes conocieron el alcance del
poder de lo cotidiano con el Pop Art,
hasta ver en cada esquina una boutique, y en los supermercados, secciones
enteras de ropa que a pesar de lo hermosa, se desechaba tan rápido para
sustituirla por el nuevo grito. Las latas de tomates inspiraron el consumo, y
sus colores, las telas. Yves Saint Laurent explotó los trabajos de Warhol y
Liechtenstein, y vistió también las muestras de Mondrian.
Vino el Op Art con sus ilusiones y sus minifaldas. Es curioso ver como la
seriedad del racionalismo Bauhaus y el Suprematismo que coloreó las páginas de
los teóricos, también adornaron esas diminutas prendas que tanto amamos los
hombres y tan bien se ven en las mujeres. Quant, Pucci, Beene, llenaron los
estantes en la década hippie que, casualmente, fue cuna del rock y por ende, de
nuestra identidad contemporánea.
Ni hablar… hay mucho por recorrer
en las décadas siguientes… vanguardias que inundaron las telas y las vitrinas.
La moda es sin duda un amanecer para el arte y su mejor vitrina. Basta ver como
la música se estampa sobre las playeras y los abrigos. La moda no incomoda,
comunica, expresa y rescata la expresión estética.
Hay mucha tela por cortar…
Billy B.
No hay comentarios:
Publicar un comentario